La guerra en Ucrania ha transformado por completo el mapa energético de Europa. Tras años de dependencia del gas ruso, la Unión Europea decidió poner fin a las importaciones de este recurso y acelerar la búsqueda de proveedores alternativos. La medida, que busca debilitar los ingresos energéticos del Kremlin, obligará a los Estados miembros a reconfigurar su estrategia en menos de dos años.
El bloque europeo acordó prohibir gradualmente la compra de gas natural licuado (GNL) y gas por tubería provenientes de Rusia. Los contratos a corto plazo deberán terminar en 2026, y los de largo plazo, a comienzos de 2027. Con esa decisión, los países del continente deberán garantizar el abastecimiento mediante fuentes nuevas y más estables.
El país que quiere ser parte del nuevo mapa energético
En este escenario, Turkmenistán aparece como una alternativa. El país, poseedor de una de las mayores reservas de gas natural del mundo, ha expresado su deseo de integrarse al mercado europeo. Hungría, históricamente dependiente de Gazprom, fue una de las primeras naciones en manifestar su interés en establecer vínculos energéticos con Asjabad. “Esperamos que Turkmenistán se convierta en proveedor para Europa y, en particular, para Hungría”, declaró recientemente Ádám Stifter, subsecretario húngaro de Relaciones Exteriores.
Sin embargo, el cambio no será sencillo. Turkmenistán no cuenta hoy con un gasoducto directo hacia Europa. La construcción de una ruta viable implicaría atravesar el mar Caspio y territorios de países con intereses diversos, como Azerbaiyán, Georgia o Turquía. A esto se suman los altos costos de infraestructura y la necesidad de acuerdos multilaterales que garanticen la estabilidad del suministro.
Además, varios socios europeos mantienen aún contratos vigentes con Rusia o dependen de su red de distribución. Países como Eslovaquia y Hungría se resistieron inicialmente a respaldar la prohibición total, argumentando que una transición abrupta podría impactar sus economías.
Obstáculos estructurales y riesgos geopolíticos
Para la Unión Europea, el desafío de una decisión de esta magnitud es doble: cortar una dependencia estratégica sin generar una nueva. El reemplazo ruso por Turkmenistán podría diversificar la matriz energética, pero también abrir nuevos focos de vulnerabilidad. Los analistas advierten que el éxito de esta transición dependerá de la rapidez con la que Europa logre construir las conexiones necesarias y asegurar que sus acuerdos respondan a criterios de sostenibilidad y seguridad.
La salida del gas ruso marca un punto de inflexión, ya que Europa busca una independencia energética real, y el horizonte apunta hacia Asia Central. Turkmenistán podría ser la respuesta, siempre y cuando la política y la ingeniería lo permitan.
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